Empezamos el día con el desayuno en el hotel; afortunadamente, una sección de tortillas nos salvaba la vida. Tuvimos un primer contacto con nuestras futuras amigas y ya se veía venir que la íbamos a liar parda.
Tras el desayuno, seguimos nuestra ruta hacia Bikaner, situada en la región desértica de Marusthal, literalmente, "país de la muerte". Es una zona relativamente lejana y un punto estratégico de la antigua Ruta de la Seda.
Bikaner sigue siendo una ciudad amurallada, con sus 5 enormes puertas que siguen en pie y que antiguamente se cerraban por la noche. Al igual que Jaipur, Bikaner es también una “ciudad rosada”, pues tanto su fuerte como sus palacios y mansiones están construidos con la característica arenisca de color rosado de esta región.
Bikaner ha sido siempre una ciudad extremadamente rica, gracias al comercio. Hasta principios del siglo XX, fue también el “salvaje oeste” de la India, pues estaba plagada de asaltantes y bandidos. Todo esto cambió con el marajá Ganga Singh, quien desarrolló la agricultura y la minería en el reino.
Durante el trayecto, largo y lento, nos entretuvimos observando el ir y venir de la gente en los mercados y los “arcenes” de la carretera. Vacas, camellos y todo tipo de puestos.
Llegamos a nuestro hotel de Bikaner, el Maharaja Ganga Mahal, donde nos recibieron con unos preciosos collares de flores. Una vez instalados comimos en el restaurante del hotel antes de empezar las visitas de la ciudad.
Por la tarde visitamos el Fuerte de Junagarh, uno de los lugares imprescindibles que hay que visitar en Bikaner. Construido en el S.XVI y con más de cinco hectáreas, este fuerte está plagado de pequeños templos, patios, arcadas y estancias de todo tipo.
El Fuerte de Junagarh es uno de los más interesantes de Rajastán. Sus suntuosos interiores están mejor conservados que la mayoría. Paseando por las salas de su palacio, podemos hacernos una idea de cómo se vivía aquí en la época medieval. A diferencia del resto, es uno de los pocos fuertes que no se construyó sobre una colina, sino en pleno desierto. Sus robustos baluartes de arenisca y sus elegantes balcones y pabellones se perfilan sobre el horizonte.
Al franquear la entrada principal, Suraj Pol, se pueden ver las estatuas gemelas de dos guardianes subidos a lomos de un elefante, cuyo simbólico papel era guardar el fuerte.
Más allá de la entrada, se encuentra un espléndido conjunto de palacios, cada uno de ellos construido por un príncipe diferente a lo largo de los siglos. Karan Mahal está situado en el segundo patio. Es notable por sus paredes, que parecen de mármol con incrustaciones de piedras semipreciosas, como el Taj Mahal de Agra, pero que sin embargo son de arayish (una mezcla de arcilla y otras sustancias).
El Durga Mahal es un hermoso recinto con paredes espléndidamente pintadas y un estanque de mármol blanco. El estanque se construyó para refrescar el palacio durante el verano. Lal Niwas es la parte más antigua del complejo (de 1595) y destaca por sus frescos en color rojo y dorado.
Subiendo las escaleras se llega al Gaj Mandir y al Chhattar Niwas, decorado con láminas inglesas de “deportes orientales al aire libre”. El Anup Mahal, o “Palacio sin igual”, es una de las partes más excepcionales del fuerte. Construido en 1669, tiene un espléndido salón del trono con columnas de mármol.
Igual de impresionantes son el Chandra Mahal ("Palacio de la Luna") y el Phul Mahal ("Palacio de las Flores"), del siglo XVIII, con sus paredes pintadas y sus complejas incrustaciones de espejos. En Gangas Niwas, una gran sala de arenisca rosada, se encuentra el museo del fuerte, con armas, alfombras, joyas y otras curiosidades del temible marajá Ganga Singh.
Después de esta visita, recorrimos los bazares de Bikaner en tuk tuk, sorteando el tráfico y las vacas. Llámenlo paseo o deporte de riesgo, como prefieran.
Nuestro guía Ganesh nos ofreció una visita opcional al Templo de las Ratas o Karni Mata. Accedimos todos, eso sí, algunos se quedaron en el exterior y prefirieron no mezclarse con las miles de ratas que inundan el lugar, entre ellos mi madre.
En el Templo de las Ratas podemos encontrarnos con unos 20.000 roedores campando a sus anchas. Si tienes fobia a estos animales, es mejor no entrar. Aparte de verlas corretear por todas partes, es posible que se te suban por encima, aunque si no permaneces quieto mucho tiempo en un mismo lugar, es poco probable que esto pase.
Además de los miles de roedores que habitan el templo, están los excrementos que dejan por todas partes y el intenso hedor que todo ello desprende, por lo que si eres muy aprensivo, este templo no es tu lugar.
Según la cultura hindú, la diosa Karni Mata, quien fue la reencarnación de la diosa hindú Durga (diosa del poder y de la victoria), pidió a Yama (el dios de la muerte) que le devolviera la vida a uno de sus hijos.
Tras denegarle la petición, Karni Mata hizo que todos sus descendientes se reencarnaran en ratas al morir, de manera que dejó al dios de la muerte sin sus almas humanas a modo de venganza. Es por este motivo que las ratas se consideran animales sagrados, puesto que son descendientes de la diosa.
En el templo se llevan a cabo peregrinaciones por parte de los devotos que esperan con ilusión ser rozados por las ratas o que estas les pasen por encima de los pies, ya que es considerado como una señal de buena suerte.
De hecho, entre todas las ratas, aquellas que son de color blanco cuentan con mayor prestigio, ya que son consideradas la propia reencarnación de la diosa Karni Mata y sus hijos. Según explican los devotos, estas ratas son muy difíciles de ver, por lo que la persona que tenga la oportunidad de toparse con una de ellas tendrá buena suerte durante mucho tiempo al ser una señal de buen augurio.
En el interior del templo se encuentra la parte más sagrada, el santuario para la diosa: una imagen de Karni Mata que mide 75 cm de altura, cubierta con una corona y una guirnalda de flores. Los fieles se arrodillan ante ella en señal de respeto y devoción.
Mi marido y yo entramos al templo y tuvimos la suerte de ver una rata blanca. Es curioso además observar cómo se alimentan de los múltiples platos de leche que hay diseminados por todo el templo.
Tras esta siniestra visita, regresamos a nuestro hotel en Bikaner. Nuestro guía Ganesh nos había reservado una mesa para todo el grupo en la terraza del restaurante. Un músico tocaba música tradicional. El ambiente era idílico y la compañía fantástica. Empezábamos a conectar con nuestros nuevos amigos, ¡y qué bien lo pasamos con ellos!
Después de una cena de risas y presentaciones, nos fuimos a descansar. Al día siguiente nos íbamos a Jaisalmer. Nos esperaban nuevamente muchas horas de carretera.