Si hay un destino en Rajastán que nos encantó, fue Jaisalmer. Pasamos todo el día recorriendo esta ciudad. Visitamos el Lago Gadisar y el Fuerte Dorado. Paseamos por sus calles y visitamos sus templos jainistas y las famosas casas palaciegas, o havelis, de Nathmal y Patwon. Por la tarde, hicimos una excursión a las dunas de Sam para ver la puesta de sol.
Empezamos el día con la visita al Lago Gadisar, uno de los lugares imprescindibles que ver en Jaisalmer. Se trata de un lago artificial que ofrece a sus visitantes una bonita imagen, con el reflejo en el agua de los pequeños templos y santuarios que lo rodean. Este lago se creó para abastecer de agua a los agricultores de la zona y llegó a adquirir una especial importancia entre la población, tanta que poco a poco se fueron construyendo los templos. Estos templos se han convertido con los años en un lugar de peregrinación.
En la actualidad y durante la mayor parte del año, el lago tiene bastante agua porque está conectado a un canal. En la época de los monzones, el lago adquiere su mayor esplendor.
Hay disponibles barcas de remos y de pedales para poder disfrutar de un pequeño paseo sobre sus aguas. Actualmente, este lago no se utiliza para abastecer de agua a la población. Gadisar se encuentra rodeado de ghats y templos, y sus aguas están llenas de peces gato, considerados sagrados por los locales. Alrededor del lago hay puestos donde la gente local vende pan para que puedas dar de comer a los peces.
Seguidamente, visitamos el Fuerte Dorado de Jaisalmer, otro lugar imprescindible que has de conocer. La mayor parte de la ciudad se encuentra dentro de las gruesas murallas del fuerte, que mide 453 m de largo por 271 m de ancho. Un paseo por sus calles es casi como meterse en las páginas de "Las mil y una noches".
El fuerte de Jaisalmer es el más impresionante del desierto. Desde la cima, donde se construyó hace más de 800 años, se divisan kilómetros y kilómetros de paisaje. Uno de los aspectos más llamativos del fuerte es su color. Sus gruesas murallas de arenisca son de color rojizo durante el día, y adquieren un tono dorado al ponerse el sol. Antiguamente, toda la población vivía dentro de las murallas y, aunque en la actualidad su población se ha extendido fuera de sus muros, la mayoría sigue viviendo dentro del fuerte, convirtiéndolo en una especie de museo viviente. Pasear por él es como introducirse en una máquina del tiempo y retroceder hasta el siglo XV.
Al fuerte se entra por una empinada cuesta pavimentada con enormes baldosas a través de cuatro grandes puertas. Pasando junto a la segunda muralla y tras flanquear la puerta interior (Hawa Pol), se llega a la espaciosa plaza de Chauhata, el corazón del fuerte. Enfrente se encuentran los palacios, y a la izquierda hay unas escaleras de mármol, coronadas por un trono, donde solía sentarse el maharawal para dar audiencias. Desde este mismo lugar, las mujeres se lanzaban a las llamas para realizar el jauhar (sacrificio voluntario antes de un ataque enemigo).
El palacio, en realidad, es un conjunto de palacios conectados. El más antiguo es el Juni Mahal, del siglo XVI. El Rang Mahal, del siglo XVIII, es interesante por sus frescos, y el Sarvottam Mahal destaca por sus ladrillos azules y sus mosaicos de cristal.
Dentro del fuerte también hay siete templos jainistas, construidos entre los siglos XII y XV. Los más interesantes son los templos de Rishabhdevji y el de Sambhavnath, en cuyo sótano hay una fabulosa biblioteca que contiene algunos de los manuscritos más antiguos y raros de la India, que se remontan hasta el siglo XI.
Después de visitar el fuerte y sus templos, dimos un paseo por las callejuelas de Jaisalmer y visitamos sus famosas havelis.
La más grande de todas es la Patwon Ki Haveli o “mansión de los mercaderes”, construida en 1805 por un comerciante y banquero que poseía 300 centros comerciales entre Afganistán y China. Las obras de este elegante edificio de cinco pisos, construido para sus cinco hijos, duraron 50 años. Está situada en un tranquilo y pequeño callejón sin salida, detrás de una puerta alta con arcos. Toda la fachada está artísticamente esculpida, y sus 60 balcones enrejados parecen de madera de sándalo más que de piedra. En su interior se conservan muebles antiguos.
También visitamos la Nathmalji Ki Haveli, construida por un primer ministro de Jaisalmer en 1885. Su fachada es un caos decorativo: flores, aves, elefantes, soldados, así como una bicicleta y una máquina de vapor. Fue tallada supuestamente por dos hermanos, cada uno completando un lado de la haveli. El conjunto es completamente armónico, pero los lados derecho e izquierdo difieren en los detalles.
Las callejuelas de Jaisalmer también están repletas de bazares, donde se puede encontrar de todo, desde dulces tradicionales hasta herramientas, mantas, vasijas y provisiones para el desierto. Al recorrer las callejuelas, podemos encontrarnos camellos, gitanos del desierto, ganado y niños jugando con primitivos juguetes de madera hechos a mano. También es un buen lugar para comprar plata y joyas, bordados, telas, zapatillas de piel de camello y objetos de madera tallada.
Después de estas fantásticas visitas, nuestro guía Ganesh nos llevó a comer a un restaurante local junto a nuestro hotel. La comida fue una de las mejores que hicimos en todo el viaje. Nos trajeron diferentes platillos para degustar y, tras la comida, acabamos bailando y cantando en mitad del restaurante. ¡Seguro que en Jaisalmer aún nos recuerdan por escandalosos!
Después de comer, nos fuimos a las dunas de Sam para disfrutar del paisaje del desierto y de la puesta de sol. Nuestro bus nos dejó al final de la carretera y allí tomamos unos 4x4 que nos llevaron dando saltos por el desierto. No es muy apto para personas con problemas de espalda, así que cuidado con esto.
El jeep nos dejó en mitad de las dunas, donde nos esperaba un grupo de locales que nos recibieron con danzas típicas. Tras pasar un rato con ellos, regresamos en jeep, esta vez sin saltar por las dunas, hasta una posición óptima para ver la puesta de sol. Aunque un poco masificado, pudimos disfrutar del espectáculo.
Las dunas de Sam son de una belleza impresionante. La fina arena forma colinas con la superficie ondulada por el viento. Estas activas dunas son tan traicioneras como pintorescas. En verano, empujadas por los vientos del desierto, desaparecen mágicamente y vuelven a aparecer varios metros más allá, en cuestión de minutos. La dureza del desierto tiene una extraña belleza. La región es tan árida que a veces no llueve durante cinco años. Se dice que los niños, que en algunos casos no han visto nunca llover, se asustan con la idea de mojarse con el primer chaparrón.
Después de esta experiencia, regresamos al hotel para cenar. Después de la cena subimos a la azotea que descubrimos el día anterior. Las vistas eran espectaculares. Desde allí, oímos música y jarana. Nuestro guía nos explicó que era una gran boda que se estaba celebrando muy cerca de allí. ¿Vamos? ¡Pues allá que fuimos!
El grupo de los siete jaleantes, más nuestro guía, dejamos el hotel y salimos a la pintoresca calle sin asfaltar y con basura por todas partes. Tras un corto paseo, nos plantamos en una enorme carpa donde se estaba celebrando una boda. Ganesh estuvo hablando con algunos invitados y, para nuestra sorpresa, nos invitaron a unirnos a la fiesta.
¡La que liamos! El novio llegaba a caballo hasta la carpa. Sus amigos salían a recibirlo y, al bajar del caballo, se iniciaba un baile desenfrenado al son de la música de Bollywood. Nos unimos al baile y varios invitados se nos acercaron para conocernos y bailar con nosotros. Os podéis imaginar el espectáculo: unos 1.500 asistentes hindús, ataviados con saris y telas de vistosos colores… y siete turistas occidentales allí en medio. Todo el mundo nos miraba.
Pasamos una noche increíble y conocimos incluso al novio, que se acercó a nosotros para saludarnos personalmente. Todos fueron muy amables con nosotros. Nos invitaron incluso a cenar del banquete nupcial. Como ya habíamos cenado en el hotel, probamos solo el postre.
Nos hicimos muchas fotos con los invitados, con el novio y sus amigos, con grupos de mujeres guapísimas con sus saris y con los niños que se nos acercaban para practicar inglés.
Nos quedamos a ver una parte de la ceremonia hasta que, ya muy tarde, regresamos al hotel. Y aún no había acabado todo. Llegamos al hotel y estaba completamente cerrado. Nuestro guía tuvo que llamar a recepción y, al cabo de un rato, salió nuestro amigo el conserje a abrirnos la puerta. Sí, el mismo que jugaba a cartas el día anterior en el hall.
Conteniendo el ataque de risa, nos fuimos por fin a nuestras habitaciones. Nos quedaban muy pocas horas para empezar el nuevo día, pero sin duda había valido la pena. Fue una de las mejores experiencias del viaje.