Nuestro recorrido de hoy empezó camino de Belén, situada a tan sólo 9km de Jerusalén. Esta bíblica población está asociada a la Navidad, al pesebre, los pastores, los reyes magos y la estrella polar. Pero no todo en Belén es idílico….para entrar en la ciudad hay que atravesar el “muro de la vergüenza”.
Israel comenzó la construcción de esta barrera en 2002, con el argumento de impedir la entrada de terroristas suicidas en su territorio. En la práctica, esta barrera tiene unos 800 kilómetros y se extiende por Cisjordania y rodea Jerusalén. En algunos puntos de su trazado es una impresionante pared de hormigón y en otros, una valla electrificada que ha confiscado tierra palestina y ha creado una nueva frontera. Es una de las caras más visibles e impactantes de la ocupación israelí, ya que el muro ha separado familias, pueblos y ciudades, ha cambiado la forma de vida de los palestinos y los ha aislado entre ellos.
Dejando aparte el lado oscuro de la historia, visitamos Belén, donde en un pequeño pesebre nacía, hace más de 2.000 años, el niño Jesús, ese personaje histórico tras el que andaremos estos días detrás de sus huellas en Tierra Santa. Pero fue aquí donde nació, entre la mula y el buey, las estrellas y los pastores, mientras los Reyes Magos procedentes de Oriente venían a su encuentro. ¡Estamos en el Portal de Belén!
El Portal de Belén se encuentra en el interior de la Basílica de la Natividad, a la que se accede a través de una pequeña puerta, la Puerta de la Humildad, de apenas un metro. La primera construcción se remonta al reinado de Constantino, 330 a.C. Las grandes puertas de la catedral fueron clausuradas para evitar la fácil penetración y profanación del santuario por los no creyentes, por lo que no es de fácil acceso hoy día.
La nave central se halla flanqueada por 44 columnas rosadas de piedra caliza, distribuidas en cuatro filas. Los capiteles, de mármol blanco, son de estilo corintio. Sobre ellas todavía pueden encontrarse restos de mosaicos del siglo XII, que representaban a los antepasados de Jesús, así como los siete primeros concilios ecuménicos.
En la nave sur puede verse todavía una pila bautismal antigua de piedra rosácea local. Es todo lo que queda del antiguo baptisterio por el que pasaban los catecúmenos para ser bautizados.
El techo actual fue construido en el siglo XVII y reparado en 1842. Frente a la puerta de entrada, cubriendo el ábside de la nave central, hay un iconostasio griego de madera tallada, que presenta tres cuerpos superpuestos decorados con escenas de estilo bizantino.
Debajo del patio, hay una serie de cuevas que conectan Santa Catalina (la iglesia adyacente) con la Gruta de la Natividad. Una fue la vivienda de San Jerónimo mientras traducía la Biblia al latín, y la otra tiene una capilla dedicada a los Niños Inocentes.
Pero el lugar más sagrado y centro de la Basílica es el del nacimiento de Cristo, justo debajo del Altar Mayor. A la cueva del nacimiento se desciende desde el interior por dos escaleras cortas bajo el presbiterio. A ambos lados de este hay una escalera que comunica con la gruta. Tuvimos que hacer bastante cola, pero la espera valió la pena. Una vez allí, creyente o no, la emoción es indescriptible.
La gruta es una capilla de reducidas dimensiones, de forma casi rectangular (12,30 metros x 3,50 metros), con un pequeño ábside en el extremo oriental. En él hay un altar y, debajo de éste, una estrella de plata señala el lugar donde Cristo nació de la Virgen María. La estrella de plata tiene un orificio para poder ver el piso de piedra original. En la estrella están inscritas las palabras: “Hic De Virgine Maria Iesus Christus Natus Est” (Aquí, de la Virgen María, nació Cristo Jesús).
La Misa del Gallo, que tiene lugar en la adyacente Iglesia de Santa Catalina, concluye en la Gruta de la Natividad, cuando el jefe de la Iglesia católica en Tierra Santa deposita sobre ella una pequeña imagen del Niño Jesús tallada por artesanos españoles a principios del siglo XX. Habitualmente exhibida en la Iglesia de Santa Catalina —aledaña a la Basílica de Justiniano y regida por los franciscanos—, la figura entra en la Gruta en brazos del patriarca por una puerta que solo es abierta en Nochebuena.
Otros lugares de interés son la Manger Square, la plaza principal donde se encuentra la Mezquita de Omar; la calle de los artesanos, entre la Basílica de la Natividad y la Gruta de la Leche, llena de pequeños negocios de madera donde nadie se puede resistir a comprar un portal de Belén; y la Gruta de la Leche.
Cuenta la leyenda que una vez nacido Jesús, un ángel se le apareció a José para ordenarle huir a Egipto y así evitar a Herodes y su matanza de los inocentes. En su huida, María y José pararon en un determinado lugar para alimentar a su bebé y una gota de leche cayó sobre la roca roja, transformándola en blanca. Ese lugar es la Gruta de la Leche, un santuario levantado en honor a la Virgen de la Leche, el acto de María amamantando al niño (lamentablemente no nos llevaron a realizar esta visita).
Donde sí nos llevaron es al Campo de los Pastores, en la cima de una colina, donde nos esperaba una amplia plaza decorada por la Fuente de los Pastores en conmemoración de los pastores y su rebaño. Visitamos la Iglesia de los Pastores, un templo de planta decagonal rodeado por cuatro capillas y el ábside que aloja el altar, cubierto por una gran cúpula de hormigón y cristal que deja entrar la luz, iluminando el altar como lo hiciera la estrella guía que indicó el camino a los pastores.
Sobre la puerta de entrada luce el ángel de la anunciación y sobre él, un singular campanario incorporado a la fachada por medio de tres arcos. Las capillas están adornadas con unos preciosos frescos que representan escenas de la anunciación a los pastores. En los alrededores del santuario encontramos numerosas grutas y excavaciones arqueológicas de interés. ¡En Israel hay historia por todas partes!
La tradición cristiana sitúa aquí el pasaje de Lucas 2, 8-20, aunque en la Biblia no se menciona con precisión el lugar donde tuvo lugar la aparición del Ángel del Señor con su deslumbrante luz que al principio atemorizó a los pastores y dijo: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David, un salvador que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontrareis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
Después de esta visita, nos llevaron a comer junto al Campo de los Pastores. La comida de este día fue de las mejores, con un surtido de carnes variadas, humus y otros entrantes. Después de comer, regresamos a Jerusalén, atravesando de nuevo el muro, y nos dirigimos al Monte de Sión.
El Monte de Sión o Colina de David queda fuera de las murallas de la ciudad antigua. Saliendo por otra de las bellas puertas de la ciudad (Puerta de Sión), con agujeros de balas incluidos, se llega hasta la colina que David se encontró cuando llegó a la ciudad en el 1004 a.C. como rey de Israel y Judea.
Visitamos el Cenáculo, el lugar donde Jesús cenó con los apóstoles la última cena antes de morir en la cruz y donde éstos se reunían tras la resurrección. Se trataba de una casa con amplias salas perteneciente a un amigo de Jesús, en donde en su planta baja se oraba y en la planta alta se solía comer. “Cuanto he deseado celebrar esta Pascua con vosotros antes de morir. Porque os digo que no la volveré a celebrar hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios”.
En el Monte de Sion también encontramos la Tumba del Rey David. Aunque se desconoce la localización exacta del enterramiento, los cruzados lo ubicaron en un gran sarcófago en el S.XIV y ahí descansa hasta hoy, venerado por todas las religiones.
Entre las callejuelas hay unas escaleras que llevan a lo alto de la casa del Cenáculo, y desde donde hay una bonita panorámica de un edificio de techo negro y cónico construido como iglesia en 1900, de planta circular y con seis capillas. Es la Iglesia de la Dormición.
En la cripta de la Iglesia o Abadía de la Dormición, de planta redonda con varias capillas, se dice que murió la Virgen María y subió a los cielos. Una estancia que estremece hasta los no creyentes, con una cripta con la estatua yacente de la Virgen muerta que hará temblar a más de uno.
En el Monte de Sión también se encuentra el cementerio donde yace el “no judío justo” Oskar Schindler, que se hizo famoso por la película de Steven Spielberg.
También hay que destacar la Cámara del Holocausto, museo dedicado al nazismo, y el Monasterio de San Pedro in Gallicantu, “Antes de que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces”. En el lugar donde se ubicaba la casa del sumo sacerdote Caifás, y sobre los cimientos de antiguas iglesias bizantinas y cruzadas, esta estructura moderna venera el lugar donde fue llevado Jesús después del arresto, y en el subsuelo, lo que pudo ser la cárcel de Jesús durante unos días.
Tras la visita a la Iglesia de la Dormición, regresamos al Muro de las Lamentaciones y dispusimos de tiempo libre para volver a acercarnos hasta él.
Esta vez acompañados de nuestro guía Enrique, hicimos parte de la Vía Dolorosa, desde la V Estación hasta el Santo Sepulcro, y nos dejó allí haciendo la cola para visitar su interior (ver Día 2: Jerusalén).
Después de dos horas de cola y con las emociones aún a flor de piel tras haber entrado por fin en el Santo Sepulcro minutos antes del cierre, salimos de la ciudad antigua por la Puerta de Jaffa y, paseando hasta el hotel, paramos a cenar en un tailandés que encontramos por el camino.
Antes de retirarnos al hotel, nos animamos a entrar en Mea She’arim, el barrio ultra ortodoxo de Jerusalén. Sus habitantes descienden de inmigrantes polacos, alemanes y húngaros llegados en el siglo XVIII y que aún hoy mantienen sus rigurosas costumbres y estricta forma de vestir.
En este lugar llaman la atención las casas con balcones enrejados, donde más adelante aparecen carteles que advierten que está prohibido tomar fotos y que hay que mantener el decoro. Nada de hombros al aire ni de pantalones cortos, y ni siquiera ir de la mano, ya que un tímido abrazo o un beso pueden generar una pelea o incluso una pedrada.
Recorrimos unas cuantas calles y salieron a nuestro paso montones de niños que acababan de salir de una escuela, con sus tirabuzones y todos vestidos de negro. Miramos con disimulo la escena familiar y salimos de allí antes de que nos echaran.
Tras esta incursión de noche en el barrio más complicado de Jerusalén, regresamos a nuestro hotel. Entre la noche del Sabbath y esto, ya habíamos cubierto el cupo de aventuras nocturnas.