Por la mañana, bien temprano para evitar el calor, salimos en nuestro coche de alquiler hacia los oasis de montaña: Chebika, Tamerza y Mides, tocando a la frontera con Argelia. A mediodía regresamos a Tozeur para comer y visitar algunos de sus museos tradicionales, la medina y el palmeral.
Pasando por el lago salado de Chott el Gharsa, llegamos al oasis de Chebika, antiguo puesto defensivo romano de las caravanas de camellos que se dirigían hacia la costa. Puede ser una buena idea recorrer la zona con uno de los guías que seguro que os salen al paso, y por una propina, dejarse acompañar por el oasis. El interés del oasis se centra en una profunda garganta desde donde cae una bonita cascada que alimenta los riachuelos que dan vida al palmeral. Los paisajes de Chebika sirvieron de escenario a la película “El paciente Inglés” y “Star Wars”, episodio IV.
Desde la parte más alta del pueblo abandonado, parte un camino que se adentra en un cañón a lo largo de un río de aguas cristalinas. Tras 5 minutos de travesía se llega a unas pozas con un puente sobre ellas para poder cruzarlas en caso de crecidas. Tras sortear una serie de escaleras y algún que otro vendedor ambulante de rosas del desierto, se llega a una cascada. El camino continua entre pozas y cascadas. Para recorrerlas es necesario caminar por el agua hasta llegar a una piscina natural al fondo del cañón. Sólo es posible mojarse los pies en ella, no dejan acercarse a la cascada, nos dijeron que era profundo y peligroso.
Nosotros contratamos a un guía para los tres oasis, Chebika, Tamerza y Mides, aunque sinceramente no es necesario. Sólo con Chebika es aconsejable el guía, ya que el camino es un poco escarpado y él te va indicando por donde pasar para llegar a la cascada. Además, hay muchos vendedores y son muy pesados, si vas con guía te deja un poco más en paz. Desde el aparcamiento, si no quieres subir hasta arriba y volver a bajar, puedes ir directamente a la cascada por un camino llano, eso sí, te pierdes la primera poza que es donde nace el río que da lugar a la cascada, pero el camino es mucho más fácil y asequible para todos (es lo que hizo mi madre, nuestra viajera senior!). El guía nos acompañó en nuestro propio coche. Decidimos seguir con el guía para asegurarnos que no metíamos a mi madre en un camino peligroso para ella, así podía esperarse con él y nosotros hacer la caminata, pero al final no fue necesario en las otras dos paradas.
Después de esta refrescante visita, seguimos un poco más al norte hasta Ain El Karma y el Cañón de Mides, en la frontera con Argelia. Esta garganta de tonos naranjas y amarillos se formó por la erosión de las aguas que fluyen únicamente en temporada de lluvias. Curiosamente fue inmortalizado en varias películas como El paciente inglés e Indiana Jones en busca del arca perdida.
Pero no solo los cineastas encontraron utilidad a la zona, sino que también los antiguos romanos sacaron partido de ella, usando grandes espejos colocados en la montaña, para avisar en caso de peligro a los habitantes de la ciudad.
De la antigua ciudad queda poco tras las inundaciones de 1969, pero su vida apenas ha cambiado con el tiempo, y aún siguen abasteciéndose principalmente de dátiles, higos y naranjas.
Se puede recorrer la ciudad abandonada hasta un mirador y caminar más allá del aparcamiento hasta otro mirador. No se puede bajar al cañón, pero las vistas son impresionantes y merecen una visita. El camino es fácil y asequible para todas las edades.
Bajando del cañón de Mides, hicimos una parada en la carretera, en un mirador. Se podían ver las montañas de Argelia al fondo.
Nuestra siguiente parada fue el Oasis de Tamerza, ya de regreso al inicio de nuestra ruta. Protegido tras una cadena montañosa, es uno de los más conocidos del país por su cascada de cuatro metros que, tras la caída, discurre entre cañones de piedra y ofrece una imagen única en mitad de un desierto.
Este cañón, de colores anaranjados, se formó por la erosión de las aguas fluviales en las temporadas de lluvia. La población de Tamerza fue habitada desde el Neolítico hasta los romanas, y estuvo habitada hasta 1969, cuando fue abandonada tras unas fuertes inundaciones, que también despoblaron las casas trogloditas de la población de Matmata, y acabaron con la vida de 400 personas.
Nuestra siguiente parada fue el Oasis de Tamerza, ya de regreso al inicio de nuestra ruta. Protegido tras una cadena montañosa, es uno de los más conocidos del país por su cascada de cuatro metros que, tras la caída, discurre entre cañones de piedra y ofrece una imagen única en mitad de un desierto.
Este cañón, de colores anaranjados, se formó por la erosión de las aguas fluviales en las temporadas de lluvia. La población de Tamerza fue habitada desde el Neolítico hasta los romanas, y estuvo habitada hasta 1969, cuando fue abandonada tras unas fuertes inundaciones, que también despoblaron las casas trogloditas de la población de Matmata, y acabaron con la vida de 400 personas.
Desde la carretera es posible ver la ciudad abandonada de Tamerza, que aún conserva incluso la mezquita, con el palmeral al fondo. Siguiendo la carretera de vuelta a Tozeur, se pasa por el indicador de la Gran Cascada. Si bajas de Mides como nosotros, mejor entrar por la segunda entrada, ya que la carretera es más adecuada para turismos. Si coges el primer desvío hay un enorme bache.
Al llegar a la cascada, hay que dejar el coche en un aparcamiento y continuar el camino andando. El sendero es cuesta abajo y pasa por unas cafeterías y algunos puestos de souvenirs. Tras cruzar una pequeña explanada por la que transcurre un arroyo, se puede ver la cascada al fondo. En la fecha de este viaje había poca agua, aunque es posible llegar a la base de la cascada y refrescarse. Si vais con bañador, os podéis poner debajo directamente.
Después de este recorrido por los oasis de montaña más famosos del país, regresamos a Tozeur y visitamos Dar Cherait (10 TND), una casa de la burguesía tunecina, con un patio interior al aire libre y profusamente decorada.
En el recorrido por la casa se pasa por varias estancias que recrean la forma de vida del país, como son la cocina, un hammam, niños recibiendo lecciones en la escuela coránica, preparación de la novia para su boda y una muestra de trajes tradicionales, joyas y demás objetos.
Además del museo, el complejo alberga una atracción conocida como La medina de las 1001 noches, inaugurado a finales de 1993, y donde cobran vida las leyendas del clásico libro. En la gruta Noches de Arabia se encuentran Ali Babá, Simbad el Marino y Sherezade. Los cuentos van acompañados de descripciones de la vida cotidiana tunecina. Cuando fuimos nosotros se encontraba cerrado por restauración.
Después de esta visita, dejamos el coche en el hotel y nos fuimos a comer al restaurante Soleil, también recomendado en TripAdvisor pero mucho menos turístico que Les Arcades. Comimos de maravilla y a precios muy económicos. Probamos el cuscús con carne de dromedario y un plato llamado Chakchouka, una especie de masa de crepe troceada con cordero y frutos secos, la comida que más me gustó del viaje!!
Pasamos un rato por el hotel, para descansar del calor sofocante del desierto, y al atardecer, nos fuimos a dar un paseo por el punto más visitado de la ciudad, el palmeral, con una extensión de 8.000 hectáreas y unas 300 mil palmeras. Los dátiles que producen, deglet nour: «dedos de luz», son el producto estrella, y la forma de conocer más sobre la historia y producción de esta industria natural es una ruta en caballo con un carro, aunque parten por la mañana del centro de la cuidad (también se puede recorrer a pie o en coche).
Este arduo trabajo lo realizan trabajadores que se encaraman a las palmeras con suma habilidad. En el centro de interpretación y eco museo de Eden Palm se explica con paneles informativos todo el mundo que rodea el palmeral y los dátiles. Sorprende ver el sencillo pero al mismo tiempo sofisticado y eficaz sistema de regadío del palmeral creado por el matemático Ibn Chabbat en el siglo XIII, que con 200 fuentes permite conservar la frondosidad del oasis en medio del desierto.
Visitamos Eden Palm y disfrutamos de una estupenda degustación de dátiles y de confituras de dátiles con diferentes sabores (entrada gratis). Están riquísimos!. Tomamos algo en la cafetería y charlamos un rato con nuestros nuevos amigos de este eco museo. Nuestro anfitrión fue un chico majísimo que nos hizo de guía por el centro de interpretación y el jardín de palmeras.
Regresamos al centro de Tozeur en coche y aprovechando los últimos rayos de sol, dimos un paseo a pie por la medina (se puede llegar al palmeral caminando pero hacía demasido calor y fuimos en coche).
La Medina, conocida como Ouled El Hadef, es una joya arquitectónica. Aquí, entre sus polvorientas, viejas y encantadoras callejuelas, se aprecian los diseños geométricos de barro cocido de estas antiguas casas, dotando a este barrio de un aire muy peculiar y diferente a otras medinas (su arquitectura sólo se encuentra aquí y en Nefta).
El trazado laberíntico de sus estrechas calles y sus altos muros fue diseñado para resguardar a la población que habita su interior del sol, el calor y las tormentas de arena. Pero además, es posible encontrar pequeñas plazas, pasadizos, soportales construidos a base de columnas y arcadas y rincones solitarios donde el silencio sólo es interrumpido por la algarabía de los niños.
Se puede visitar el Museo de Arte y tradiciones Populares Sidi Ben Issa, dedicado a las costumbres locales (cuando llegamos ya estaba cerrado). Ocupa el espacio de una antigua escuela coránica del S.XIV. Contiene una colección de trajes tradicionales y utensilios típicos de la región, además de una reproducción de un dormitorio del S.XIX, la réplica de un oasis del S.XIII, ropas y joyas utilizadas en las bodas, libros en árabe e incluso algunas estatuillas del África negra traídas por los esclavos en el S.XIX.
Después del paseíto, regresamos al hotel y ni siquiera salimos a cenar. Después del atracón de dátiles y confituras no nos apetecía nada más. Ahora tocaba descansar, mañana nos trasladábamos.