Venga mosqueteros, que nos vamos!!. Bien temprano nos trasladamos al aeropuerto en un transfer del hotel (S/80), para tomar un vuelo de Latam con destino a Arequipa, de poco más de una hora de duración.
Llegamos a la “Ciudad Blanca” y nos instalamos en nuestro hotel, La Casa del Melgar, un edificio del siglo XVIII situado en pleno centro histórico (transfer S/40).
Situada en la falda de un volcán activo, el Misti (5821m), y muy cerca de otros dos, el Chanchani (6075m) y el Pichu Pichu (5669m), Arequipa tiene en su historia más de 14 destrucciones debidas a la furia de estos Apus protectores. Construida con la piedra del sillar, extraída de las canteras del volcán Misti, la ciudad luce su color blanco característico. Es la segunda ciudad más grande del Perú y una de las más bonitas. En el año 2000, su centro urbano fue inscrito en el Patrimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO. Nos encontrábamos ya a 2333 m de altitud.
Una vez instalados en el hotel, salimos a explorar la ciudad. Visitamos dos de los lugares imprescindibles en Arequipa, el Museo de los Santuarios Andinos y el Convento de Santa Catalina.
Nuestra primera visita fue el Museo de los Santuarios Andinos. Cogimos un taxi en el hotel porque era un poco tarde y teníamos miedo de que cerraran (cerraban a las 14h y al día siguiente que era lunes estaba cerrado).
El Museo de los Santuarios Andinos está ubicado en una casona colonial, Casa Arango o Casa Bustamante, y alberga a la momia Juanita o niña de Ampato. Una momia descubierta en la cima del monte Ampato en 1995.
El circuito guiado por el museo (S/25) empieza con una proyección de unos 20 minutos sobre cómo se desenterró a Juanita. El guía hace un recorrido por las salas del museo, con objetos de la expedición que descubrió a la momia y hallazgos encontrados en los volcanes de la región que documentan los sacrificios humanos de los incas a los Apus (espíritus de las montañas). Está prohibido hacer fotografías.
Al final del recorrido nos encontraremos con la visión un tanto macabra de la pobre Juanita, una muchacha de 12 años y 32 kg de peso, sacrificada para los dioses en la década de 1450. La momia se halla en una urna de cristal refrigerada, y de enero a abril, la sustituyen por otra para conservarla totalmente a oscuras durante unos meses.
Después de esta visita, comimos por el centro histórico, en uno de los muchos restaurantes de la Plaza de Armas cuyos balcones se comunican entre ellos y desde los cuales hay unas vistas fantásticas de los volcanes.
Después de otra fantástica comida, nos dirigimos a nuestra siguiente visita. El Monasterio de Santa Catalina es realmente una ciudad construida para las monjas dominicas en 1579, con muchos callejones, plazas y rincones en su interior. En él llegaron a vivir hasta 500 monjas con sus criadas, tras pagar una dote de 1000 pesos en oro. En 1582, un terremoto lo dejó en tan mal estado que las propias familias de las monjas iniciaron una labor de construcción de apartamentos para cada una de ellas, creando con el tiempo un verdadero pueblo dentro del recinto del monasterio. El recinto acabó ocupando los 20.000 m2 actuales.
Las calles están pintadas de colores y la luz incide en sus macetas de colores y sus ventanas, lo que convierte la visita en un paseo insuperable.
Se recomienda empezar la visita por los tres claustros principales. El arco del silencio conduce al claustro de las novicias, con un árbol de caucho en el centro. Las novicias que ingresaban en el convento tenían que hacer voto de silencio y dedicar su vida al trabajo y la oración. El noviciado duraba 4 años, durante los cuales sus ricas familias pagaban unas dotes de 100 monedas de oro al año. Luego ya podían hacer los votos y entrar en la orden, o abandonar el convento, opción que sin duda era una ofensa para la familia.
Las novicias graduadas pasaban al claustro de los Naranjos, llamado así por los árboles que hay en su patio, que representaban la renovación y la vida eterna. Desde allí se accede a la sala Profundis, la capilla ardiente en la que se lloraba a las monjas fallecidas y en cuyas paredes cuelgan los retratos de las mismas. Los pintores tenían 24 horas para hacer estos retratos póstumos.
La calle Córdoba, que sale del claustro de los naranjos, está flanqueada por las celdas de las religiosas. En esos aposentos vivían una o más monjas, junto con algunas sirvientas, puesto que esos alojamientos iban de modestos a más lujosos, según la familia de las monjas.
La calle Toledo lleva a la cafetería, donde sirven pasteles recién horneados y café, y en la calle Burgos se encuentra el lavadero comunal, en el que las sirvientas lavaban con el agua que recogían de las montañas, canalizada a través de unas vasijas de barro. Al final de la calle se llega a la cocina comunal, utilizada como iglesia hasta la reforma de 1871.
También destaca la Plaza Zocodover, donde las monjas tenían su zoco de los domingos para intercambiar hilos y labores, jabones y repostería que ellas mismas elaboraban.
Más adelante a la izquierda, se encuentra la celda de Sor Ana, una monja famosa por sus predicciones y los milagros que se dice que realizó hasta su muerte en 1686. El Papa Juan Pablo II la hizo Santa en 1985.
El monasterio fue recinto de clausura hasta el 15 de agosto de 1970, cuando una fundación privada se hizo cargo de él y se abrió al público para su visita. Las 50 monjas que quedan en él ya no se ocupan del edificio y sólo se dedican a rezar. El edificio alberga también una pinacoteca.
La visita al Monasterio de Santa Catalina dura al menos de 1h30min a 2 horas. Se puede contratar un guía o descargarse un audio guía en el móvil y hacer la visita por libre. Pasear por sus calles de colores e ir entrando en las dependencias de las monjas es un paseo maravilloso que no hay que perderse.
Después de esta visita, regresamos al hotel para descansar un rato antes de salir a pasear por el centro histórico. Los alrededores de la Plaza de Armas son muy animados. Las calles San Francisco y Santa Catalina están repletas de bares y restaurantes donde poder degustar la famosa gastronomía de Arequipa. Algunos de sus restaurantes están a cargo de reputados chefs de fama mundial, como el Chicha o el Zig Zag, y en el pasaje de la catedral abundan las cafeterías con terraza. El centro histórico de Arequipa es realmente encantador!!!.