En nuestro último día en China, escogimos recorrer Shanghai por libre. El resto del grupo hizo una excursión organizada que incluía navegación por el río, visita a un rascacielos y paseo por el barrio judío, así que nosotros hicimos más o menos lo mismo pero solos.
Lo primero que hicimos fue coger un taxi en el hotel y desplazarnos hasta el World Financial Center, rascacielos conocido como “el abrelatas” por su característica forma.
Es el segundo edificio más alto de la ciudad, solamente superado por la Torre de Shanghai, que en el momento de nuestro viaje aún no estaba abierta al público. Su altura final es de 492 metros y tiene 101 pisos. Es una de las torres más altas del mundo. Su diseño es único en el mundo, ya que cuenta con una apertura en la punta como solución para la presión del viento sobre el edificio.
El Shanghai World Financial Center cuenta con 3 plantas que se pueden visitar:
Planta 94 (94F): Situada a 423 metros de altura, donde se encuentran la tienda de recuerdos y un bar panorámico.
Planta 97 (97F): Está situada bajo el mirador principal y su techo permanece abierto cuando el tiempo lo permite. Está a 439 metros de altura.
Planta 100 (100F): El mirador principal se encuentra a 474 metros de altura y es el más impresionante de los 3. Tiene partes del suelo de cristal.
Aunque hay edificios que ya lo han superado en altura, su mirador sigue siendo uno de los más altos del mundo. El mirador del Burj Khalifa, en Dubai, se encuentra situado tan sólo a 442 metros a pesar de que el edificio tiene 828 metros de altura.
Suele haber cola para acceder así que conviene ir a primera hora. En la planta 100 hay un fotógrafo para inmortalizar el momento.
Tras disfrutar de las alturas, cogimos el metro y llegamos al antiguo gueto judío de Shanghai donde merece la pena perderse por los callejones que aún conservan el encanto de antaño: ropa tendida, cacerolas en el suelo y el transcurso de la vida cotidiana ajena a la mirada de los turistas.
Visitamos también el Museo de los Refugiados, ubicado en una antigua sinagoga construida originalmente en 1927. Este museo arroja luz sobre el período durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Shanghai era un refugio para muchos de los judíos de Europa. Las exhibiciones ilustran la situación tanto en Europa como en Shanghai durante ese tiempo, y algunos de los objetos conservados se exponen en la sinagoga. En otro edificio se muestran las historias de antiguos residentes judíos en una interesante exposición multimedia.
De nuevo en metro y tras pasar los rigurosos controles de seguridad, regresamos al centro para comer y realizar las últimas compras.
En el centro antiguo se puede visitar el Templo del Dios de la Ciudad. Recorrer los puestos de vendedores de antigüedades, tés, muebles y todo tipo de cachivaches, acercarse hasta el Monasterio budista Chen Chiang o la mezquita Fuyou Lu, o simplemente callejear sin rumbo por el laberinto de calles peatonales de los alrededores del Jardín Yuyuan.
Dejamos pasar las horas en esta zona, y al atardecer regresamos al skyline para ver el encendido. Antes, pasamos por la Plaza del Pueblo, la más grande de la ciudad y centro cultural por excelencia.
En la Plaza del Pueblo se encuentran varios museos: el Museo de Shanghai, fundado en 1952, es un gran museo de arte antiguo chino; el Museo de Arte, situado en el Pabellón de China de la Expo Universal de Shanghai, alberga obras de arte que representan el nivel más alto del arte chino; y el Centro de Planificación Urbana. También te encontrarás la Mansión Popular, sede de la Asamblea Popular Municipal y el Gobierno Municipal Popular. Destacan también dos edificios: el Gran Teatro de Shanghai y el Auditorio.
Situado en la parte norte de la Plaza del Pueblo, Renmin Park es un pequeño oasis en medio de los edificios que rodean la plaza. En su interior es posible encontrar algunos jardines, una cafetería y diversas atracciones de feria.
Al llegar junto al río, tuvimos que esperar mucho para el alumbrado. Se nos hizo un poco lento porque las luces van adquiriendo intensidad poco a poco, no hay un encendido de golpe y total, así que después de todo el día caminando, estuvimos un buen rato más de pie hasta ver el skyline completamente iluminado.
Tras esta experiencia, pudimos coger un taxi hasta el hotel y, agotados, nos despedimos así de Shanghai y de China. Tenemos que decir que Shanghai nos sorprendió gratamente. Nunca pensé que sentiría emoción frente a una línea de rascacielos, pero así fue. El skyline es impresionante y el contraste entre lo nuevo y lo tradicional es aún muy evidente. Sin duda, es una ciudad que merece mucho la pena visitar, y con estas sensaciones acabábamos nuestro viaje. ¡Hasta la próxima, mosqueteros!