Después de desayunar, salimos en bus en dirección a Mandawa, conocida por su castillo y sus havelis. Durante el trayecto, pudimos conocer al resto de compañeros de viaje, que durante el día anterior habían ido llegando a la capital.
El trayecto en bus fue largo y pesado, como todos los trayectos en India. Las carreteras son muy malas y la conducción temeraria. Ya sabíamos que habría vacas por la calle, pero nos sorprendió ver la cantidad de ellas. Realmente están por todas partes: en mitad de la carretera, en los arcenes, en las aceras de las calles..., lo que dificulta aún más la conducción.
A lo largo del camino, la gente te saluda al pasar, los niños corren al lado del bus para saludarte con la mano y sus sonrisas se convierten en algo difícil de olvidar.
Hicimos algunas paradas técnicas en lugares habilitados para el turismo, con tiendas y zonas de descanso. En una de estas paradas aprovechamos para comer. La comida en India es monótona y muy picante. A menos que te guste el riesgo y quieras probar platos bañados en salsas abrasadoras, no quedan muchas opciones donde escoger y toca repetir una y otra vez el socorrido pollo con arroz, que fue nuestra dieta principal durante casi todo el viaje.
Tras unas largas 5 horas de esquivar obstáculos al volante, nuestro muy hábil conductor nos llevó sanos y salvos hasta nuestros hoteles en Mandawa. El grupo se dividió en dos: los que habíamos escogido hoteles con encanto (7 personas) y los que habían preferido los hoteles de lujo (el resto del grupo). A partir de este momento empezó la diversión. El grupo de “los pobres” estaba destinado a liarla, ¡y vaya si la liamos!
Una vez instalados en Mandawa, salimos a realizar una visita a pie de la ciudad. El pueblo de Mandawa, famoso por sus encantadoras havelis pintadas de alegres colores, constituye una auténtica galería al aire libre. Estas havelis son el reflejo de una época de esplendor y mucha riqueza que vivió el pueblo durante parte del siglo XIX, llamada "época Marwari", cuando llegaban aquí los adinerados comerciantes que seguían la Ruta de la Seda.
Según se sabe, en este lugar era donde se realizaban los intercambios de seda china por opio de Afganistán, lo cual permitió que prosperara la actividad de los mercaderes. Al hacer fortuna, estos comenzaron a construir imponentes residencias que destacan por la belleza de sus pinturas. Además de las havelis, otra interesante construcción es el antiguo fuerte del siglo XVIII, donde habitó la familia Mandawa, que dio nombre al pueblo. Actualmente, es un hotel.
En nuestro paseo también entramos en un templo, el Raghu Nath Temple, donde se estaba realizando una ceremonia.
Tras este paseo a pie y alguna primera compra callejera, regresamos al nuestro hotel.
El hotel estaba formado por pequeñas casitas rodeadas de jardín. Las puertas no ajustaban mucho así que tuvimos que tapar las rendijas como pudimos. El baño era peculiar, nada más entrar, un gripo bajo con un cubo…..¿sería eso la ducha? Afortunadamente no lo era. Detrás de un tabique se encontraba la ducha y el resto del baño. Tuvimos un corte de luz pero duró poco. La cena picante, como todo, y con pocas opciones para nuestros estómagos. ¡Esto prometía!.