¡¡Llegó el gran día!! Una Maravilla del Mundo nos esperaba: la Gran Muralla. Su grandeza, no solo arquitectónica, sino también estratégica e histórica, no deja indiferente a nadie. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987, su historia también está cubierta por la tragedia: durante su edificación murieron alrededor de diez millones de trabajadores, enterrándoseles en el muro en sí o en las proximidades; por ello, la muralla tiene el dudoso título de ser el mayor cementerio del mundo.
Los comienzos de su construcción datan aproximadamente del año 220 antes de Cristo, bajo el mandato de Qin Shi Huang, el primer emperador, quien decidió unificar los tramos de anteriores fortificaciones con la finalidad de obtener un mejor sistema de defensa frente a las invasiones de los pueblos del Norte (Mongolia y Manchuria).
Los trabajos se extendieron a lo largo de las diferentes dinastías del Imperio chino, siendo reconstruida en varias ocasiones y dando lugar a la que está considerada como la obra de ingeniería militar más grande de toda la Historia. En este sentido, los cálculos realizados han ofrecido cifras que no dejan lugar a dudas: como media, mide de 6 a 7 metros de alto y de 4 a 5 metros de ancho, y su longitud se extiende a unos 8.851,8 kilómetros, desde la frontera con Corea hasta el desierto de Gobi.
En la actualidad, tan solo se mantiene en pie un 30% de ella y se cree que, durante su época dorada (durante la dinastía Ming), estaba escoltada por más de un millón de guerreros. La mayor parte de la muralla se encuentra en ruinas, algo que dificulta transitar por ella. Afortunadamente, algunos tramos se han restaurado por completo para mostrar su aspecto original.
El tramo más visitado es el de Badaling. Ubicado a menos de 80 km de Pekín, fue la primera sección en abrir sus puertas al turismo en 1957 y, en la actualidad, continúa recibiendo millones de visitantes, siendo la zona más saturada. Cuenta con un teleférico que facilita la llegada de los visitantes hasta la parte superior de la muralla.
La segunda sección más visitada es Mutianyu. Ubicada en un imponente paisaje montañoso, a menos de 90 kilómetros de Pekín y, aunque es una de las zonas más populares, no tiene un turismo tan masificado como Badaling.
Huanghua Cheng es un tramo de la muralla que se encuentra bastante desmoronado y presenta un perfil algo peligroso. Una parte de la muralla se encuentra sumergida bajo la superficie del agua de una gran presa. Simatai y Jinshanling, alejado por completo de la masificación turística, es uno de los más escarpados y complicados de recorrer.
Al realizar un viaje organizado, no pudimos escoger el tramo de la Muralla que queríamos visitar, así que nos tocó el paso de Juyongguan, el más cercano a Pekín. Aun así, se le considera uno de los tres grandes Pasos de la Gran Muralla.
El paso de Juyongguan fue construido como un punto de control final antes de llegar a la capital. El primer emperador de la dinastía Ming, Zhu Yuanzhang, mandó construir un muro mucho más resistente en esta zona para evitar que sus enemigos de la dinastía mongol Yuan, derrocados en el siglo XIV, pudieran regresar.
Se accede a través de la Fortaleza de Juyongguan, que visitamos a la bajada. Las escaleras son irregulares y muy empinadas. Las vistas desde abajo ya anticipan la espectacularidad del lugar. No es necesario subir demasiado, como hicimos nosotros, para disfrutar de las vistas. Mi madre solo ascendió hasta el primer torreón, y nosotros subimos 1.200 escalones de todas las medidas y a cuál peor.
¡Qué lástima que la niebla desluciera un poco las vistas! Sin embargo, la emoción de estar allí y el esfuerzo realizado sin duda lo compensan con creces.
En este lugar se libraron grandes batallas contra los bárbaros y mongoles, y más tarde contra los japoneses. Genghis Khan llevó a su ejército a través de este paso. Se cree que la fortaleza y el muro se llamaron Juyongguan porque fue construido por gente de a pie: Ju significa habitar, y yong mediocre o común. La palabra guan puede significar paso o puerta. Es decir, "El paso donde vive la gente común".
Las altas torres de vigilancia a lo largo de la ruta fueron utilizadas como vigías militares y ahora son la mejor manera de disfrutar de las impresionantes vistas del paisaje. Si en algo destaca este paso es por su belleza natural. El ancho de la muralla en este paso es de unos 6 metros, para permitir el paso de carromatos de mercancías y armamento.
La fortaleza, situada en la base de la Torre Sur, presenta también torres de vigilancia, aposentos de soldados, patio de armas y templos. En la entrada de la fortaleza, hay una zona ajardinada con una cafetería y una tienda de recuerdos.
Tras esta experiencia inolvidable y agotados de los 2.400 escalones que llevábamos en el cuerpo (¡peor bajarlos que subirlos!), regresamos a Beijing, no sin antes hacer una parada para ver la Ciudad Olímpica desde un mirador.
Pudimos ver desde lejos algunas de las construcciones más características, como el Estadio Nacional, construido con forma de nido de pájaro. Las vigas de acero se entrelazan de forma aleatoria para formar una de las edificaciones más especiales del mundo. El curioso edificio ovalado, que cuenta con 330 metros de largo y 220 de ancho, está equipado para utilizar la energía solar y recoge el agua de la lluvia para utilizarla en el riego.
También destaca el Centro Acuático Nacional. Con un diseño que se asemeja a un enorme cubo de agua, este centro es el lugar donde se celebraron las competiciones de natación, natación sincronizada y saltos.
Y, por último, la Antorcha Olímpica, una gran estructura con forma de antorcha que fue la encargada de acoger la Llama Olímpica durante los juegos del 2008.
Ya de nuevo en Beijing, nos llevaron a comer, otra vez con una mesa giratoria y platos similares al día anterior.
El plan de la tarde era ir a ¡un centro comercial! Algunos integrantes de nuestro grupo estaban encantados, pero como hacer compras no era la ilusión de nuestra vida, hablamos con la guía y nos dejó “escaparnos” del grupo para seguir visitando la ciudad por libre. Nos pidió un taxi y nos escribió en chino el lugar donde debíamos estar para la cena. ¡Y nos fuimos! ¡Vaya que sí nos fuimos!
Tomamos un taxi hasta el Templo de los Lamas, un atractivo complejo formado por varios edificios tradicionales con tejados dorados. En los patios que se encuentran entre los edificios, se pueden ver enormes quemadores de incienso en los que los fieles colocan cientos de varillas que producen un penetrante olor.
Construido durante el siglo XVII como palacio para el príncipe Yongzhen, en 1744 el Templo de los Lamas se convirtió en un importante monasterio para los monjes lamas. En la actualidad, el monasterio es el refugio espiritual de un grupo de monjes mongoles dedicados al estudio de la astronomía y la medicina. Uno de los mayores edificios es el Falun Dian, que acoge una estatua de bronce de seis metros de Tsongkapa, fundador de la Secta del Bonete Amarillo.
La mayor de las edificaciones centrales, el Pabellón Wanfu Ge, aloja la más valiosa de las posesiones del templo: una impresionante estatua de Maitreya, el Buda futuro. La escultura, de 18 metros de altura, fue tallada a partir de una única pieza de madera de sándalo.
La visión de las impresionantes esculturas de Buda, mientras el humo y el olor del incienso envuelven los pabellones dorados, es indescriptible.
También visitamos el Templo de Confucio, muy cerca del anterior, al que llegamos caminando.
El complejo del templo está entre los más grandes de China. Ocupa una superficie de 16.000 metros cuadrados y tiene, en total, 460 habitaciones. Debido a que su principal restauración se produjo tras el incendio de 1499, poco después de la construcción de la Ciudad Prohibida, la arquitectura del Templo de Confucio se parece mucho a esta.
La principal parte del templo está formada por nueve patios en torno a un eje central, que se orienta en dirección norte-sur y tiene 1,3 kilómetros de longitud. Los primeros tres patios tienen pequeñas puertas y en ellos hay plantados pinos altos que sirven como entrada.
Las principales estructuras del templo son la Puerta Lingxing, la Puerta Shengshi, la Puerta Hongdao, la Puerta Dazhong, Trece Pabellones de Estelas, la Puerta Dacheng, la Sala Kuiwen, el Pabellón Xing Tan, el Arco De Mu Tian Di, Liangwu, la Sala Dacheng (construida en la dinastía Qing) y la Sala Resting (dedicada a la esposa de Confucio).
La Sala Dacheng, cuyo nombre se traduce habitualmente como la Sala de la Gran Perfección o la Sala del Gran Logro, es el centro arquitectónico del complejo actual. Se apoya en 28 pilares ricamente decorados, cada uno de 6 metros de alto y 0,8 metros de diámetro, tallados en una sola pieza de una roca local. Las 10 columnas del lado frontal de la sala están decoradas con dragones en espiral. Se dice que estas columnas estuvieron cubiertas durante las visitas del emperador para no suscitar su envidia. La Sala Dacheng sirvió como el principal lugar para ofrecer sacrificios a la memoria de Confucio y es considerada una de las vistas más bellas del templo de Confucio.
Después de recorrer todos los rincones del bello templo de Confucio, cogimos un rickshaw en la misma puerta para dar un paseo por los hutongs de los alrededores. En realidad, los rickshaws son para dos personas, pero nos achuchamos los tres y emprendimos un recorrido de lo más divertido entre callejones tradicionales.
Pasamos también por un hutong lleno de tiendas y bares, el Nanluogu Xiang, donde lamentablemente no pudimos quedarnos porque a nuestra guía le hubiese dado un infarto si no nos presentábamos para cenar con el grupo.
Tras este divertidísimo paseo de media hora en rickshaw, nos dispusimos a coger un taxi para reunirnos con el resto del grupo y disfrutar de una cena a base de pato laqueado.
¡Conseguir un taxi no fue fácil! Ningún conductor quería parar para llevarnos. Cogían a ciudadanos chinos, pero a nosotros nos ignoraban totalmente. Supongo que por el idioma, para no tener que molestarse en intentar entendernos. Total, que cuando ya dábamos por perdida la cena, nos paró un tuktuk y, repitiendo la palabra “taxi, taxi”, se ofreció a llevarnos a la dirección que teníamos escrita en chino.
Con un cacharrito motorizado, saltándonos los semáforos y esquivando el tráfico caótico de Beijing, llegamos de una pieza al restaurante donde nos esperaba, ya nerviosa, nuestra guía, quien se rió de lo lindo al escuchar nuestra odisea para llegar hasta allá.
Tras instalarnos con el resto del grupo, nos sirvieron una cena a base de entradas tradicionales y pato laqueado, una vez más, con el mismo sabor de siempre. No estábamos disfrutando mucho de la comida en este viaje.
Tras este día de emociones y aventuras regresamos por fin al hotel para descansar.