A primerísima hora de la mañana nos trasladamos al aeropuerto en taxi para coger un vuelo con destino a Yogyakarta. Como habíamos contratado un conductor para visitar los templos de Borobudur y Prambanan al día siguiente, el mismo chófer vino a recogernos al aeropuerto. Tardamos casi dos horas en llegar a Yogyakarta. Por el camino ya pudimos ver nuestros primeros arrozales.
La ciudad de Yogyakarta, en el centro de la isla de Java, es famosa por sus artes tradicionales y su patrimonio cultural. Es la ciudad más animada del país, repleta de arte callejero, galerías, cafeterías y atracciones culturales.
Una vez instalados en nuestro hotel, el Harper Malioboro Yogyakarta by Aston, cogimos un Becap en la misma puerta del hotel para que nos llevase hasta el Kraton. El Becap es el transporte típico de Yogyakarta, un tuk-tuk motorizado que, a toda velocidad, va sorteando el tráfico entre el humo de los tubos de escape y el resto de vehículos. El trayecto nos costó 50.000 IDR.
Nuetra primera visita fue el Kraton (50000 IDR). El complejo real fue fundado en 1756 y es una pequeña ciudad dentro de Yogya. Actualmente es la residencia del sultán. Se trata de una ciudad amurallada donde viven unas 25000 personas; además de sus hogares cuenta con un mercado, tiendas, talleres de artesanía, escuelas y mezquitas. El sultán tiene cerca de 1000 empleados.
El reciento visitable es un conjunto de salones al aire libre, patios y pabellones erigidos entre 1755 y 1756. En el centro del Kraton se halla la sala de recepciones, llamada Bangsal Kencana (Pabellón dorado). Con un suelo de mármol, un techo profusamente decorado, vidrieras y unas columnas de teca tallada, posee la grandiosidad necesaria para acoger a dignatarios extranjeros. Sólo se puede pasear por los patios que rodean el palacio, puesto que el sultán aún vive en él.
A la salida del Kraton, visitamos también el Museo Kareta Kraton (30000 IDR) que alberga la colección de carruajes del sultán.
Tras esta visita estuvimos paseando por el barrio del Kraton, formado por hogares javaneses tradicionales. Nos recordó a los hutongs de China. Calles muy estrechas, peatonales, con casas y talleres en la sala de estar. Muchos de los residentes venden bebidas o manualidades. Como empezó a llover, acabamos haciendo una pausa en un taller de batik, donde pudimos ver el confeccionado de las telas y como tiñen por capas en diferentes colores. Por supuesto, acabamos comprando un cuadro de batik pintado a mano con una ilustación de marionetas javanesas!
En cuanto paro de llover, nos dirigimos a pie al Taman Sari o Castillo del Agua. Este antiguo jardín del sultán fue construido entre 1756 y 1765. Era el principal lugar de descanso y de relajación del sultán, donde acudía con sus concubinas. Además, debido a su construcción amurallada servía como elemento defensivo de la ciudad.
Dentro del complejo había 4 zonas, con diferentes piscinas y lagos para disfrute del sultán. Actualmente solo se conserva la piscina principal, donde descansaba el sultán. Junto a ella hay una torre y tras ella se hallaba la piscina de las concubinas y sus mujeres. Cuenta la leyenda que desde dicha torre lanzaba una rosa y la afortunada que cogiese la rosa gozaría de los favores del sultán en sus aposentos.
Salimos de este laberinto de calles y cogimos otro becap hasta Malioboro Street, la calle más animada de la ciudad, con multitud de tiendas y el Beringharjo market, donde estuvimos dando un paseo. Venden principalmente ropa y tiene dos pisos.
Comimos en Malioboro, en el interior de una tienda de batik de varios pisos, Hamzah Batik. En el último piso había un restaurante que tenía un escenario para espectáculos y una decoración muy original.
Pasamos la tarde paseando por Malioboro y haciendo compras por las tiendas de ropa y telas de batik. Regresamos al hotel caminando y esquivando a los locales que ya tomaban posiciones en las aceras para cenar. Es muy curioso ver cómo familias enteras extienden una tela en el suelo, a modo de mantel, y se instalan allí mismo para cenar junto a algún puesto de comida callejera.
Como nos habíamos levantado a las 4 de la madrugada, ya no teníamos fuerzas para nada más y no salimos ni a cenar. Algunas opciones nocturnas serían: Prawirotaman, destaca por su oferta gastronómica; parque Alun Alun con sus cochecitos de luces de colores, van a pedales y a los locales les encanta; espectáculo de marionetas en el museo Sono-Budoyo, a las 20h. Un no parar!!