Nuestra ruta continuó a lo largo de la costa hasta llegar a Antalya. Visitamos Demre, con la iglesia de San Nicolás y su leyenda de Papa Noel, las tumbas en la roca de Myra y los restos arqueológicos de Olympos.
Nuestra primera parada fue en Demre. Visitamos la necrópolis licia de Myra y la Iglesia de San Nicolás.
Empezamos por la necrópolis licia de Myra y el anfiteatro (55 TRY). La entrada al recinto se hace por una galería de restos de ruinas colocadas a ambos lados. Destacan especialmente los rostros tallados en las rocas.
Según se avanza, podremos ver en la pared de la montaña un conjunto de tumbas rupestres con las fachadas de piedra decoradas. Al principio los licios construían las tumbas como si fueran casas. A partir del S.V a.C empezaron a construirlas con ornamentos de inspiración griega, y desde el S.IV utilizaron como modelo las fachadas de los templos.
Hacia la mitad de la pared rocosa hay una tumba con relieves que representan escenas de la vida de un guerrero y su familia; la central representa la fiesta que siguió al funeral.
Adosado a la pared de la necrópolis se encuentra el teatro, de la época romana, reconstruido después del terremoto del 141 d.C. Del teatro se conservan 38 filas de gradas y las largas galerías abovedadas. Por los restos de las máscaras esculpidas en la piedra y los fragmentos de columnas, sabemos que el escenario contaba con una elaborada decoración.
Después de esta visita, fuimos con el coche hasta la Iglesia de San Nicolás. Esta iglesia estuvo mucho tiempo abandonada, ya que la congregación griega de la zona tuvo que abandonar el país en 1923 en el proceso de intercambio de poblaciones entre Turquía y Grecia. Buena parte de lo que vemos corresponde a la iglesia construida en el siglo XI sobre un santuario muy anterior. Una curiosidad es que hay que descender a ella, ya que el nivel del suelo de su época estaba unos tres metros por debajo del actual.
La última restauración fue financiada por el zar Nicolás I en el siglo XIX, tal vez por ser el santo de su nombre y porque san Nicolás es también el patrón de Moscú.
La entrada se hace por una capilla adornada con frescos que se prolonga por una galería donde hay varios sarcófagos.
Detrás del altar, que está rodeado de columnas, se conserva el synthronon, un banco semicircular reservado al clero.
Por varios lugares de la iglesia aparecen paredes cubiertas de frescos que representan santos y escenas bíblicas.
Un detalle especialmente atractivo es el suelo, con varios ejemplos de opus sectile (una especie de mosaicos hechos con piezas de mármol) con dibujos geométricos.
En la iglesia de San Nicolás se conservan varios sarcófagos monumentales, uno de los cuales se supone guardó los restos de san Nicolás y es muy venerado por los peregrinos rusos. A través del nártex se pasa a un atrio, y en ambas secciones hay relieves de todo tipo.
La estructura original debía de ser una basílica construida sobre el sepulcro de san Nicolás, quien murió a mediados del siglo IV y había nacido en Patara, una de las ciudades licias más importantes en la antigüedad.
Se le atribuyen muchos milagros, incluso en vida, aunque fundamentalmente se le atribuyen actos de generosidad. El episodio clave en su historia ocurrió cuando se enteró de que un vecino muy pobre no podía casar a sus hijas por no disponer de recursos para pagarles la dote, así que una noche, cuando todos dormían, Nicolás les arrojó tres bolsas de monedas de oro por la ventana.
Esta historia, convenientemente repetida a lo largo del tiempo, dio origen al personaje que reparte regalos en Navidad a los niños que se portan bien.
La tradición afirma que los milagros continuaron después de su muerte, y la iglesia que contenía sus restos fue creciendo con diferentes reformas y se convirtió en uno de los más importantes centros de peregrinación del mundo bizantino.
En el patio de la iglesia hay una estatua de San Nicolás y un mosaico de Papá Noel.
Después de estas dos visitas en Demre, seguimos nuestro camino hacia Olympos para visitar los restos arqueológicos y darnos un bañito en la playa, entre ruinas romanas.
De la antigua ciudad de Olympos se desconoce la fecha exacta de su fundación, aunque han aparecido inscripciones en una pared y en un sarcófago que la datan en torno al siglo IV a C, en el periodo helenístico. A tal punto llegó su importancia dentro de la liga de ciudades licias, que llegó a acuñar su propia moneda en torno al año 100 a C. Posteriormente cayó en manos de los piratas cilicios, junto a las vecinas ciudades de Corcycus y Phaselis.
Años más tarde, ya en posesión de los romanos, la ciudad, según describe Cicerón, se embelleció, y prosperó en los siglos posteriores. En la Edad Media, los genoveses y venecianos construyeron varios fuertes en su costa, hasta que fue abandonada en torno al siglo XV.
Para llegar hasta la ciudad antigua, hay una carretera que transcurre entre bosques. Es una zona muy mochilera, con sitios para acampar y tiendas de alimentación. Cuando fuimos nosotros (octubre) estaba todo cerrado, por lo que pudimos disfrutar del entorno sin apenas gente, pero tenlo en cuenta si decides alojarte en la zona.
Al final de la carretera hay un aparcamiento y una zona de restaurantes y tiendas. Sólo había uno abierto, el Olympos Zakkum Pansiyon, y comimos allí, el único plato que nos pudieron ofrecer, que estaba delicioso. Había también una zona con alfombras para tomar el té, el rincón era encantador, fue uno de los momentos del viaje, lo disfrutamos mucho.
Después de comer, entramos en el recinto arqueológico. Los restos de la ciudad antigua se encuentran diseminados a los largo del río. Los senderos están muy bien marcados, y con paneles explicativos de madera en cada resto. Es un lugar ideal para pasear entre el bosque mientras vas descubriendo piedras escondidas, y como recompensa, el camino acaba en una playa paradisíaca.
Nos dimos un baño e hicimos snorkel, ¡¡uno de los mejores que hemos hecho en ningún viaje!! Había más peces de los que habíamos visto nunca, y lo mejor es que estábamos prácticamente solos.
Después del baño y encantados con la visita a Olympos, nos trasladamos hasta Ulupinar.
Ulupinar toma su nombre de un manantial de aguas cristalinas. Es un buen lugar para sumergir los pies en las heladas aguas del río y disfrutar de una buena comida entre los árboles.
Hay numerosos restaurantes en la zona, de precios muy asequibles y con la experiencia única de comer junto a las cascadas, con mesas situadas encima del río. Como ya habíamos comido, aprovechamos para hacer un alto y tomarnos un té acompañado de un postre espectacular ¡¡¡que parecía nocilla!!! Ummmm….
Después de todas estas experiencias, seguimos nuestro camino hacia Antalya. Pasamos por otras playas, pueblos y excavaciones (Phaselis), y por el monte Olimpo con sus 2.365m de altitud y casi siempre con nieve. Finalmente llegamos a Antalya ya de noche. El tráfico era horrible y nos costó mucho llegar al hotel.
Nos hospedamos en el hotel Puding Marina Residence. Está situado dentro de la parte antigua, y para llegar hasta allí hay que meterse por el mismo centro, atravesar mercados y calles muy estrechas. Es una zona de tráfico restringido, con una valla al inicio de la calle. Si os hospedáis en esta zona, pararos en la valla y esperad a que el vigilante os abra…no os metáis en el carril del tranvía como hice yo.
No recomendamos el hotel especialmente. Estaba muy bien situado pero habíamos reservado dos habitaciones dobles y a mi madre le dieron “el cuarto de las escobas”. Su habitación parecía el cuarto trastero, apenas se podía entrar de lo pequeña que era. Era una habitación individual más propia de un hostel que de un hotel. Incluso fuera de la habitación habían taquillas para guardar las maletas, ya que dentro del cuarto no cabía nada.
Después de pelearme un buen rato con los de recepción, acordaron que nos cambiarían la habitación al día siguiente, y así lo hicieron. Nos dieron una suite enorme con vistas a la piscina. Eso sí, las instalaciones del hotel están muy bien.
Después de la discusión nos fuimos a dar un paseo por el centro y a cenar. En Antalya hay mucha marcha y muchos bares y restaurantes.